Este texto parte de una mirada sobre un elemento muy específico de la Comunicación para el Desarrollo y la Innovación Social, como disciplinas que requieren de reflexión constante. La idea central que compartimos es esta: el proceso es el centro, el aspecto más importante de cualquier iniciativa que aspire a generar un cambio social y, con ello, buscar la resolución de un problema colectivo.

Esto representa un cambio de paradigma frente a las prácticas habituales en las cuales se privilegia el resultado, en las que lo más importante es lograr un impacto al cierre de un ciclo determinado. 

Sin quitar importancia a la necesidad de reconocer y dar visibilidad a la efectividad de estrategias y actividades, es importante combinar estos abordajes con aquellos que reconocen la relevancia del proceso. 

Pero debemos reconocer que las dinámicas humanas y sociales son tan complejas que no es posible reducirlas a la linealidad que indica que ciertos elementos de entrada logran determinados elementos de salida. La multiplicidad de posibilidades, la diversidad de actores involucrados es tan grande, que se hace imposible predecir el resultado de las estrategias o actividades que se implementan. 

Pero esto no significa que no sea de utilidad plantearse metas y apostar por determinados resultados, sino que estos podrían ser recolocados o reinterpretados como una forma de reconocer la ruta que transitamos, un punto de referencia que permite medir ciertos avances y reconocer la presencia de lo inesperado (especialmente aquello que se convierte en un valor agregado).

Si se piensa de este modo en el campo de la Innovación Social y la Comunicación para el Desarrollo, se amplía significativamente el rango de acción y se multiplican, paradójicamente, los impactos: estos se refieren más a las cualidades del proceso y al fortalecimiento de los actores involucrados y sus dinámicas de comunicación y cooperación.

Son estos entramados sociales los que pueden adaptarse y responder a los grandes desafíos actuales. 

En última instancia, un proceso virtuoso logra fortalecer el tejido social, lo cual tiene implicaciones sumamente relevantes, entre las que cabe mencionar:

  1. Sensibilizar a los actores (instituciones, organizaciones, grupos comunitarios, personas líderes o con influencia, ciudadanía) para que puedan reconocer y dialogar sobre determinado problema social.
  2. Crear espacios de interacción, donde sea posible pensar juntos las formas de proceder para resolver determinado desafío colectivo, para actuar en consecuencia en una dinámica que transforma la propia naturaleza de la convivencia social. 
  3. Generar compromisos y por lo tanto robustecer la resiliencia de grupos, poblaciones o naciones, al establecer colaboración entre diversos sectores y contar con la participación incluso de aquellas personas que se reconocen en situación de vulnerabilidad o riesgo social. 

Tómese por ejemplos asuntos tan complejos como la movilidad humana (los movimientos migratorios transfronterizos y sus impactos en todos los ámbitos de la vida social); las desigualdades y la discriminación; la violencia basada en género y hacia la mujer; todos representan asuntos que no pueden abordarse bajo la lógica de «resolución de un problema», sino más bien desde la perspectiva de necesitar profundas transformaciones sociales para hacerles frente y mejorar los sistemas que permitan estados de bienestar y plena protección de derechos para todas las personas.

De esta manera podemos entender que hay una gran exigencia sobre nosotros: no se trata de resolver los problemas sociales para ir hacia un estándar de vida ya conocido, con las estructuras actuales; el reto es mucho mayor, pues en realidad lo que reconocemos como desafíos son signos de fallas en un sistema que debe ser capaz de transformarse a sí mismo, para adaptarse a nuevas condiciones de vida para todos. 

Detrás de ello hay un giro de gran significancia: cambiar la mirada y ver las oportunidades para reconocernos, expandirnos y tomar acción.  Así lo exige la movilidad humana (requiere adaptación de las sociedades e integración efectiva de las personas en esa condición), también las desigualdades y la discriminación (transformar los sistemas para que todas las personas sean tratadas con dignidad y tengan las mismas oportunidades), la violencia hacia la mujer (que requiere el reconocimiento y cambio de las estructuras patriarcales y la apertura hacia nuevas formas de concebir los roles de género).

Más que acciones para determinados resultados, se requiere del compromiso con el proceso de transformación colectiva, en el avance hacia una realidad incierta que está marcada por la necesidad de innovación social.

Si podemos asumir este plantamiento, podremos reconocer las resistencia que produce situarnos en un estado tal de incertidumbre: sabemos que no tenemos claridad absoluta sobre las acciones a tomar.

Es por esto que sostenemos que el proceso es el elemento esencial, que además se requiere tiempo para su adecuada evolución. Se necesita fortalecer la capacidad para reconocerse, interactuar y sobre todo de percibir el contexto en su cambio constante. Todo ello demanda empatía con la más amplia diversidad de actores, para la emergencia de alternativas de acción que deberán continuar adaptándose constantemente.

En los proyectos de comunicación para el desarrollo e innovación social, necesitamos aprender a valorar el proceso, reconocer que no tenemos las respuestas, sino que vamos descubriendo posibilidades en la medida que conectamos con la realidad que abordamos y las personas (grupos, organizaciones, instituciones) involucradas. 

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